Barreras


Su mirada estaba perdida, la sonrisa que siempre llenaba todos los espacios se había apagado, sospechaba el porqué del vacío en su ser, pero no supe como preguntar.

Pasaba el tiempo y la notaba gris, lo que le hacía ilusión ya no la emocionaba. A través de la música gritaba su necesidad de un par de oídos atentos, pero no supe escuchar sin palabras.

Los besos apasionados que ella me otorgaba se hicieron ausentes; las caricias, los abrazos y la ternura se convirtieron en actos mecánicos sin fondo, pero yo estuve complacido con lo poco que obtenía.

Mi miedo a los sentimientos, ajenos y propios, provocó que yo sólo esperara a que ella decidiera compartir conmigo lo que le sucedía, aunque yo sabía que ese miedo sólo me alejaba más de ella.

Una tarde ella empezó a preguntarme aspectos insignificantes de nuestra cotidianidad, después las preguntas se hicieron más profundas, hizo que me enfrentara a mi realidad; ella, serena en todo momento, me dijo que espero durante mucho tiempo que yo tuviera esa deferencia a su persona, pero que ya no lo necesitaba.

Tenía que haberla observado y no sólo mirado, delante de mí se marchitó…


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