Un amor bonito
Lo conocí en un momento difícil, en el que cualquier persona en mi camino sería mi pilar. Tuve la fortuna de que él fue, como siempre soñé una pareja: amable, atento, atractivo, fuerte, detallista, sonriente, bromista, inteligente, culto, formal, comprometido...
Lo real es que la primera vez que lo vi, fue mágico... Su motocicleta, estilo chopper, tan ruidosa que era inevitable no voltear, ya con la atención cautiva, me quedé mirando, se estacionó curiosamente frente a mi motoneta, sonreí cuando vi las dimensiones de ambas, la mía parecía un juguete detrás.
Se bajó y comenzó a caminar buscándome, aproveche el momento de su distracción para verlo con detenimiento. Media cerca de 1.80, complexión media, vestía unas botas cafés, jeans oscuros y un poco desgastados, chaleco de piel negro, chamarra de piel del mismo color; un casco clásico negro, al quitárselo me fascinó, se soltó el cabello, rubio natural, un poco menos largo que el mío, despeinado natural. Buscó su celular en alguna de las múltiples bolsas de su chaleco, me llamó en cuanto lo encontró.
"Estoy a tu lado derecho, frente al señor de las campanas". Cuando me localizó y le saludé a la distancia con la mano, sonrió. En ese momento terminó de hechizarme. Pesé a la oscuridad, sus ojos verdes acompañaban su sonrisa.
Tomamos un café y conversamos mucho, aunque ahora que lo recuerdo, solo yo tomé café, él pidió una malteada, tampoco conversamos mucho, él habló, yo escuché.
Estaba tan embelesada que me olvidé por un par de meses de mí y me centré en él. Mis días, mis noches, mis sueños, mis planes, mi futuro, mis deseos, mi realidad. Todo lo empecé a transformar a lo que él dictaba.
Este no es un relato de sufrimiento o queja, todo lo contrario, me enamoré. Fue un amor juvenil, el que nunca sentí en la edad adecuada, su espíritu rebelde me cautivo, su facha de hombre rudo, pero sensible me tenía extasiada. Pero lo que más me atrajo fue su disponibilidad de estar conmigo. No sólo el tiempo, sino su convicción de querer compartir su mundo, nunca me había pasado algo similar.
Conocí a su familia, a sus mejores amigos, al señor de los tacos, al de las quesadillas, a la chica de la limpieza, a sus abogados... En poco tiempo me sentí parte fundamental de su vida, él era mi distracción, quien me sacaba de la rutina, quien me hacía no pensar, el que me llenaba de sus actividades y hacía que dejara de lado las mías.
Cocinó en más de 10 ocasiones para mí, fuimos al cine, a un bar, a un par de fiestas, un aniversario, a su casa, a su trabajo, a varias plazas comerciales, a un par de parques; pero lo que más disfruté fue hacer deporte con él. Inició como una curiosidad, lo invitaron a él a couchear y yo lo acompañé, si darme cuenta ya estaba entrenando con él equipo y descubriendo que tenía talento en el fútbol americano. Así pasamos nuestros domingos e incluso algunos días entre semana, él era muy exigente, pero yo siempre estuve a la altura.
El sexo fue diferente a lo que yo conocía, mucho diálogo, yo no sabía qué decir; me convertí en una mujer sumisa, pedía poco, complacía más, mucho más. Él disfrutaba de mis senos, podía pasar una eternidad tocándolos, besándolos, lamiéndolos, mordisqueándolos, ese era un placer absoluto para ambos. Dormimos más noches juntos que las que tuvimos sexo. Me abrazaba por la espalda y me susurraba al oído: "Quiero despertar todas las mañanas a tu lado”, “quiero que esto no termine", "quiero que seamos una familia", "quiero que seas mí esposa".
Es verdad que lo disfrute, pero siempre me quedaba un vacío en el estómago.
Una vez más compartiendo con detalle y quedando fascinado con todas sus historias, cada vez más íntimas y llevándome conmigo una experiencia formidable cada que te leo, me siento más cercano a ti, abrazos infinitos
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