Lo verdaderamente importante

Yo estaba bien, alguien me amaba, yo lo amaba. No teníamos futuro, pero estábamos, nos acompañábamos… a veces.

Tenía mis alertas encendidas, dudaba cada segundo, me cuestionaba si lo que hacíamos era correcto, me reí de mí misma y me dejé llevar. Me enamoré de nuevo y no como siempre, me enamoré de la persona que él veía, la que se reflejaba en sus ojos.

Cada día me enviaba música, imágenes, frases de amor; llegaba con flores u obsequios; le pidió a una banda de rock que me cantarán una canción; su amabilidad era encantadora, educado a la antigua, quiso hablar con mi mamá para que supiera que iba en serio y que podía confiar en él; cuando salíamos a comer o a pasear, también se preocupaba por mi familia: “vamos a llevarle esto a mi suegra, mira esto para mi cuñado…”, "le compré su medicamento a tu mamá, porque sé que tu eres quien lo compra y yo quiero apoyarte en eso, para que tu estés más tranquila".

Valoraba mi opinión y me pedía consejos que llevaba a cabo; sus ojos me transportaban a otro plano, cuando estaba excitado su pupila se dilata ovalada, como la de un felino; su piel me llenaba de satisfacción, su esencia era deliciosa; no había conocido a nadie con una libido tan ávida como la mía, las noches y los días fueron insuficientes. Este fue él.

Y yo, la yo de la que me enamoré: una mujer inteligente, ocurrente, madura, graciosa sin caer en lo boba, atenta, guapa y con una sonrisa inigualable. Conocí una risa que en mis 35 años no recuerdo externar, algo simple, se me sonrojaban las mejillas, mi rostro parecía de personaje de caricatura japonesa, el sonido que hacía provocaba que quien estuviera conmigo también sonriera.

Cantaba todo el tiempo en inglés, español, italiano, alemán…, no importaba, no me daba temor ser juzgada; bailaba, a media calle, en una habitación en el auto…, no importaba, no me daba temor ser juzgada; decía mis cientos de datos curiosos que conozco sobre la música, el cine, la comida o el Mural de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria…, no importaba, no me daba temor ser juzgada. Decía lo que pensaba porqué no me daba temor ser juzgada. 

Me vestía con mi ropa vieja pero linda, me sentía a gusto y atractiva. Todos los días me dolía el estómago y las mejillas de tanto sonreír. 

Siempre me he visto sola en mi futuro, me imagino de viejita recorriendo el mundo en una moto, durante esta relación fugaz, me imaginaba acompañada de él.

Nunca me consideré como una persona sola, más bien me creía solitaria, alguien que disfruta pasar su tiempo libre, comer o salir a pasear sin compañía por elección propia; pero en esa relación me sentí por primera vez en mi vida, con la necesidad de tener a alguien, compartiendo mis gustos, mis comidas, mis colores, mis caprichos, mis dudas y mi familia. “Tengo que ir a Pachuca por un trámite para mí casa”, “claro, ¿cuándo tenemos que ir?, recuerda que no estas más sola, me tienes a mi, somos una pareja, somos un equipo, ya no pienses en individual”.

Lo creí todo.

Apagué todas las alertas que tenía encendidas, me deje llevar, por qué se sentía bien, por qué creí que ya era justo que yo tuviera una relación así, algo bonito y simple, donde yo siendo yo fuera tratada como una reina, en la que no tuviera que pedir cariño u atención porque se me daba a manos llenas. Anhelaba eso que siempre se me ha negado, una relación “normal” llena de amor. 

Por eso bajé la guardia, por eso entregué mi corazón sin preocupaciones, por eso levantarme hoy me cuesta más, me doy cuenta de lo rota que siempre he estado. 

¿Por qué terminó mi idílica relación? En esta ocasión me dejaron, eligió su pasado doloroso e inestable a la relación en la que a él también se le trataba como a un rey. No diré más.

Hace 3 días, continuaba lamentándome, ya no sé si por inocente, crédula, confiada o estúpida, y una llamada me despertó… Falleció la hermana de sangre de mi papá, la hermana de aventuras de mi mamá, mi tía. En mis recuerdos las historias de ella y mi madre son las que me enseñaron de complicidad, amistad y amor fraternal. Sentí mi ser desgajado, me llené de desesperanza y tristeza, ya no por mí, si no por mi familia: “uno aquí lamentándose por lo que no fue y lo verdaderamente importante llega y nos da un trancazo sin avisar”.

Vi a mis primos llorarle a una madre, a mi abuela dolerse por una hija, a mi mamá suspirar por una hermana y amiga. Mi pena se vio imperceptible, me dio vergüenza haberme deprimido por una relación pasajera.

Hoy quiero que a ese hombre le vaya bien, que su familia aprecie el sacrificio que hicimos al cambiar la felicidad irresoluta por la cotidianidad tangible. Pero lo más importante para mí, quiero que mis primos, sobrinos, abuela, tía, madre, hermanos, encuentren tranquilidad y consuelo por la partida de mi tía Tina. Que este parteaguas nos sirva para valorar lo que de verdad importa: las personas que siempre han estado a nuestro lado. Esas con las que siempre tenemos sonrisas y lagrimas en nuestras historias. La familia en la que nacimos y a la familia que en nuestro andar hemos ido adoptando.

Aún me siento vulnerada y taciturna, sigo llorando, pero necesito volver a encontrarme, a esa Adriana de la que me enamoré, necesito hallarla y no a través de otra mirada, la necesito encontrar en mi reflejo.








Comentarios

  1. Simplemente hermoso, siempre es triste la partida de un ser amado, yo lo viví hace no mucho con mi abuelita, mi madrina y guía después de mi mamá y este tipo de situaciones te enseñan a valorar el tiempo y los momentos con las personas y hacerlas inolvidables, únicas y llenas de amor. Pronta resignación a tu familia, te quiero muchísimo...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Una noche más

Vacaciones

La mañana en la que nunca amaneció