Una historia de frijoles y tortillas

Era el año 1992 en un pueblito alejado de la ciudad había una hermosa familia compuesta por mamá, papá y dos niñas de 6 y 7 años, en su casa apenas cabía una cama, una mesa y la estufa, de patio tenían todo el campo, no les hacía falta nada.


La mamá era una ama de casa, morena, delgada y muy bajita, su cabello chino y unos ojos grandes color café, tenía una dentadura grande y algo amarillenta, pero era una de esas personas que al sonreír iluminaban todos los rincones. Aún recuerdo su nombre, que le hacía honor a su ser: Gloria.


El papá también era un hombre bajito, algo regordete, nariz grande y ancha, tenía un problema con su mano derecha, como una deformación que le impedía el movimiento, él trabajaba como "viene, viene" en un bazar cerca de la autopista.


Las niñas, combinación perfecta de los padres, la complexión y sonrisa de la madre y la nariz del padre, la vitalidad de dos niñas criadas con amor. Eran tan inquietas que en la escuela tenían muchos problemas, no sabían leer, ni contar del 1 al 10.


Aquí es cuando entro yo. Mi mamá se hizo amiga de su mamá, le dijo que yo les podía ayudar en la escuela; íbamos en la misma primaria, pero no en el mismo grado, yo estaba adelantada 1 año para mi edad; terminando las clases me iba a su casa y jugábamos a la escuelita, aunque sí les enseñe a leer, contar hasta el 100, sumar y restar, todo era un juego, por eso aprendieron, por eso aprendimos.


Terminábamos las clases y jugábamos un poco mas, corríamos entre las milpas y veíamos a las ranitas que se encontraban en los charcos de los alrededores. Eran pasadas las 4 de la tarde y regresaba el papá, era cuando Gloria nos llamaba a comer: frijoles negros de la olla con tortillas hechas a mano. Uno de los platillos más deliciosos que guardo en mis recuerdos.

Terminábamos y el papá nos contaba historias, recuerdo que nos dijo como en un caballo de madera se metieron hombres para atacar una ciudad; o la historia de cuando le cortaron el cabello a un hombre y perdió su fuerza; eran momentos maravillosos, hasta que llegaba la hora de regresar a casa.


En mi casa la paz aún no reinaba, preocupaciones por el dinero, qué debíamos hacer en esa nueva vida, donde inclusive tenía que salir mi hermano mayor con mi mamá a "tomar prestados" maíces y papas de cultivos no tan cercanos para que pudiéramos comer. Que la niña comiera en otro lado ya era una gran ayuda.


La familia con la que conviví no tenía más que nosotros, aprendí que no necesitas tener mas que los demás para poder ayudar. Conforme crecí lo vi replicarse en mi familia, seguíamos muy mal económicamente, pero cada que podíamos apoyar a alguien en lo que fuera, lo hacíamos, lo hacemos. 


Cuando nos mudamos de ese lindo pueblito, perdí la pista de esa familia, pero siempre la tendré como un hermoso recuerdo y como algunos de los momentos que me hicieron muy feliz, donde aprendí lo que era una familia tradicional y amorosa.


Uno olvida las bondades del universo, siempre hay, siempre se puede, siempre se obtiene, solo hay que escuchar, sentir, agradecer, dejarse ayudar y ayudar; nos quejamos de lo que no tenemos, poco valoramos todo lo que la vida nos otorga, la enorme felicidad que representa compartir un plato de frijoles con quienes amas.

Comentarios

  1. Uf, este texto me hizo el día, qué bonito carajo, se aprecia el cambio de que ahora nada (tan) trágico pasó al final haha. Viendo sus textos, creo que usted bien podría escribir la secuela de "Mexicano ¡Tú puedes!", a mi ver una de las mejores películas que ha hecho el país.

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