7 cuentos de buenas noches. Capítulo 1. Un tipo guapo
Teníamos al menos 5 años sin vernos, no habíamos cambiado
tanto; él: alto, delgado, de sonrisa perfecta, nariz pequeña, piel bronceada y
esos hermosos ojos grandes color avellana con pestañas rizadas que derretían témpanos.
Tiene 2 hijos que lo traen loco y por los cuales da su vida. Posee una
licenciatura en mercado y un trabajo que le permite darse algunos lujos, pese a
las 2 pensiones a las que está comprometido. Él, ese tipo guapo que siempre me
llamó la atención.
Ahora, mayores, recordamos cuando estudiamos juntos en la
adolescencia; “siempre fuiste la más inteligente, no he conocido a una mujer
más inteligente que tú. Bueno sí, una, la única a la que de verdad he amado,
pero me rompió el corazón y nunca más me he vuelto a enamorar”.
Tomamos algunos tragos, algo de botana, que sencillo es
platicar con un hombre, lo único que se necesita es hacer las preguntas
adecuadas y escuchar, escuchar… En nuestra cultura no está bien visto que los
varones tengan emociones, que externen qué les hace feliz, qué les acompleja, qué
les preocupa, qué les lastima, qué les gusta, qué les place; los pobres tienen
que vivir reservando su sentir para ellos mismos o para sus futuras
frustraciones.
Con el músico y el poeta ya había descubierto eso, pero este
ejemplar me intrigaba más, porque no sabía cómo podía conquistar a un
conquistador, era yo quien lo quería seducir, no iba a permitir que él me
intentara cautivar.
Nunca lo vi nervioso, en ningún momento dejó su seguridad y
su confianza de lado, eso era realmente seductor. Cuéntame, ¿cómo estás?, ¿qué
música te gusta?, ¿cuál fue el último libro que leíste?, ¿por qué dices que esa
mujer inteligente te rompió el corazón?, ¿por qué le pusiste esos nombres a tus
hijos?, ¿por qué no funcionó tu relación con sus mamás?, ¿por qué te celan
tanto tus parejas?, ¿qué quisieras en el futuro?, ¿cómo te gusta que sean las
mujeres físicamente?, ¿actualmente tienes una relación o varias? ¿cómo te
sientes?
Logré que bajara la guardia, esperaba que después de 5
preguntas él se diera cuenta de mis intenciones, por tampoco en nuestra cultura
se acostumbra que una mujer sea la que busca seducir a un hombre, menos a un
tipo tan guapo como este.
Sentir el gusto de la cacería fue un placer, pensar en la
estrategia desde el qué vestir, qué tanto perfumarme, qué comer, en qué momento
lamerme los labios, cuándo sonreír, cuándo tocarle el hombro, la mano o la
pierna. La excitación de la cacería es la que me tenía al borde de mi silla.
En un momento de vulnerabilidad lo abracé, escuché su
corazón acelerarse. No recuerdo si él me beso o fui yo, fue un cálido y gentil
beso. El momento se tornaba cada vez más apasionado; nuestras manos
intervenían, la ropa estaba de más. “Te voy a dar un beso bien rico”, me dijo; sonreí
incrédula, hasta el momento nada era espectacular con este tipo guapo, pero el
beso sí fue educativamente sensorial, fue pura magia. Me quedé inmóvil algunos
segundos, cuando reaccioné él me observaba y ahora él sonreía. “Te lo dije,
sólo no lo uses siempre, es únicamente para personas y motivos especiales”, él ya
me estaba seduciendo.
Le pedí que lo volviera a hacer, pero no cedió. Terminamos
en la cama, tuve en esa noche 3 o 5 orgasmos y usamos una caja de 6 condones, a
pesar de mi buena condición física terminé muy cansada. Él estaba peor, “ya no
voy a fumar ni a tomar” me dijo en cada oportunidad, “tú tienes demasiada
vitalidad, no te cansas, me estás dando la cogida de mi vida”, un tercio de sus
palabras las creía, del resto dudé, era él siendo el galán que había mencionado
estos argumentos con más de 120 mujeres (según la plática posterior al segundo
orgasmo).
Su sexo era impresionante; me lo hizo muy duro, fuerte y me jalaba el cabello mientras me daba nalgadas, me mordía todos los lugares donde no se me notaran las marcas, fue excitantemente extraño, aunque preferí el preámbulo. Siempre pensé que ambos
teníamos lo que queríamos, yo quería sexo y él encontró a un espécimen que lo
escuchó, se divirtió y le respondió como nunca lo imaginó.
“¿Qué esperas de esto?”, me preguntó un poco confundido; boca
abajo, recargada en mis codos y con la sábana cubriendo mi espalda le respondí:
“nada, lo que menos quiero es una relación”. Él, desconcertado, pero satisfecho con
la respuesta me abrazo y beso mi hombro derecho. “Sigamos saliendo y teniendo
sexo, sexo de amigos”. Me susurró al oído.
Salimos algunos días más, fuimos a una fiesta, pasamos un
fin de semana juntos, era agradable verme con él, me recreaba mucho, separadamente
del gusto que me daba ver toda su perfección exterior, conocer sus múltiples
técnicas de seducción y escuchar a mi amigo relatar su día a día, fue una
experiencia fascinante.
“Vente a quedar a mi casa, quiero que conozcas a mis hijos,
hay que salir con ellos, te van a caer muy bien, son tan encantadores como su
padre; en mi trabajo les dije que eres mi novia, si nos casamos en mi empresa
te pueden becar para que estudies una maestría”.
Yo sabía que todo eso era broma, pero por el milimétrico
margen de verdad que pudiese existir preferí terminar ese tipo de relación con él.
Esta historia fue fugaz. Me complació ser su 121 y que él para mí fuera: un
tipo guapo con el que estuve.
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