7 cuentos de buenas noches. Capítulo 2. Un veinteañero


Se acercó a mí mientras caminaba por la explanada central de la Ciudad Universitaria. "Disculpa, perdón que te moleste, me pareces una mujer impresionante, caminas, wow, muy sensual, de nuevo disculpa, no pude evitar hablarte". 

Me hizo sonreír, se veía que no tenía mucho que había salido de la pubertad, era simpático lo miré curiosa y le pregunté a dónde se dirigía, me respondió un poco tímido que iba a comer unos "taquitos de canasta", le comenté que yo también y le expuse ir con el chico de la bicicleta que vendía a la vuelta. 

Disfrutamos de una orden de "taquitos" cada quien, platicamos de lo que estudiaba y de lo que nos gustaba hacer, terminé dándole mi número telefónico, está era una conquista diferente.

Nos vimos un par de veces, fuimos a comer a los lugares de estudiantes universitarios, me distraía escuchando sus aventuras y preocupaciones. Era diciembre y los exámenes finales le causaban estragos, lo invité a una reunión de amigos para que se liberará un poco de tanta tensión. 

Pasamos una velada a la luz de la luna llena de música, alcohol, baile y anécdotas graciosas. Era un niño encantador.

Esa fue la única noche en la que tuvimos relaciones sexuales, su vitalidad era impresionante, el olor de su piel a sudor juvenil era un placer culposo, él tenía 21 años y sabía lo que hacía (¡Vaya que sabía lo que hacía!), algo dentro de mí me hacía pensar que estaba mal, el remordimiento me duró los primeros tres besos.

Pasamos despiertos toda la noche teniendo sexo y él seguía tan firme como la primer hora; me di cuenta que ya había agotado sus limitados recursos, le pedí detenernos un rato, tome agua y me monte en él;  lo hice para que descansará un poco, no lo introduje en mí, le besaba el cuello y le lamía el pecho, lo veía cada vez más excitado. Me detuve y le dije que ya me había agotado.

El veinteañero estaba confundido, me preguntó si había tenido un orgasmo en algún momento, le mentí diciéndole que sí, pero la realidad es que la viveza y el brío no era lo que me gustaba. Quería seguir tocándome y se lo permití, su mirada era la de un niño entretenido por primera vez con un juguete nuevo. No pude evitar hablarle sobre el sexo, las mujeres y los orgasmos, le resultaba fascinante que una mujer "como yo", estuviera con él y que pudiéramos compartir ese momento.

Mis piernas temblaban y estaba empapada de sudor, estaba agotada por esfuerzos inútiles que no tenían recompensa más allá de la satisfacción más simple y banal del sexo; le pedí dormir y accedió.

Pasaron las vacaciones de invierno y con ellas mis ganas de experimentar; regresó a clases y yo a mi normalidad, de vez en cuando nos saludamos en mensajes y aunque me propuso salir nuevamente en distintas ocasiones, este placer culposo no fue de mis favoritos.








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